017
Va-ca-cio-nes.
Ese período habitualmente estival en el que no trabajo, sólo sudo.
Sudo por la mañana, sudo a medio día, sudo por la tarde y sudo por la noche.
Bebo agua y la sudo; me la sudo porque no orino. Si no orino, bebo agua y empieza el ciclo de la gota.
Cae la gota por la frente, cae la gota por el cuello, cae la gota por la espalda, cae la gota y yo me seco.
Salgo de casa con las llaves, el móvil, la cartera y la toalla. Me cambio de calzoncillos tres veces al día. Busco la sombra como quien busca a su tía.
Te hago rima fácil porque el cerebro está seco,
seco por la gota que resbala por el hueco.
2
En ‘El colapso’, el mundo colapsa.
La premisa es sencilla: el cambio climático, la escasez de alimentos y la desaparición súbita de servicios básicos como la luz, el agua o el combustible desatan el colapso total del planeta.
La supervivencia es una obligación.
La trama se parece sospechosamente a lo que estamos empezando a vivir en la actualidad: guerras, pandemias, cortes de luz y de gas, incendios incontrolables, sequía, cambio climático, agotamiento de recursos.
Parece que sólo los preppers (preparacionistas) serán capaces de lidiar con una situación extrema y aguantar unos pocos años más hasta que todo desaparezca de nuevo dando paso a una nueva civilización post-extinción.
Te recomiendo la serie como precuela de lo que vamos a vivir en los próximos años.
Spoiler: no te va a gustar.
3
Con 10 años me apunté a solfeo y piano en una de las escuelas con más solera de Valencia: El Micalet. Se da la circunstancia de que estaba a menos de 20 metros de casa mis abuelos, así que podía ir desde mi casa en autobús, tomar las clases y visitar a mis abuelos, quienes se encargaban de que cogiera el autobús correcto para volver a casa.
Estuve yendo 3 años. Me enamoré de una chica que se llamaba Isabel y que, fuera de ahí, jamás volví a ver. Llevaba gafas, era morena y tenía la sonrisa más bonita que había visto hasta la fecha. Pero de eso no quiero hablar.
Los viernes nos hacían dictado musical: la profesora tocaba notas al azar del piano y debíamos saber qué notas eran sin mirar y apuntarlas en el cuaderno. Pero no es de eso de lo que quiero hablar.
También teníamos solfeo y debíamos solfear (cantar) una partitura. Era la parte que más odiaba de las clases porque me ponía rojísimo y sudaba. Pero hoy no es el tema.
La música en general y los instrumentos en particular siempre me han interesado y se me han dado bien. Tengo facilidad para aprender a tocarlos. Es mi don.
En 1993 se estrenó una de las películas cuya banda sonora eclipsó mis pensamientos: sólo quería aprender a tocar esa canción.
Con los (pocos) conocimientos de solfeo y piano que tenía por entonces, conseguí las partituras y me pasé dos semanas estudiando y practicando minuciosamente en el teclado electrónico de 5 octavas que tenía en casa.
Y lo conseguí.
Conseguí aprender a tocar con decencia una canción que, a día de hoy, me sigue poniendo los pelos de punta. Es esta.
Lo recuerdo hoy porque ni tengo teclado ni sería capaz de reproducir cuatro notas seguidas de aquella canción que tanto practiqué para que sonara perfecta.
Sé que la memoria musical es como la memoria muscular, que está ahí, que sólo hay que desempolvarla, pero a veces me apena que esos grandes triunfos que uno consideró importantes queden sepultados en la memoria bajo toneladas de gilipolleces.