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—¡Ahi está el futuro!—escucho tras de mí.
Un hombre de unos 60, con pelo corto, cano y abundante, me sonríe mientras me quito el casco y lo dejo encima del asiento de la moto.
Estoy en el punto de recarga de vehículos eléctricos del supermercado ALDI, un parking de buen tamaño con tres puestos de carga, un supermercado, un gimnasio y dos restaurantes.
Yo tengo una Yamaha—me dice, mientras señala hacia ella con el dedo—pero ahora que estoy a punto de prejubilarme busco algo eléctrico. Me sobran caballos.
Acababa de llegar, cuatro de la tarde y cincuenta minutos para entrar al gimnasio, calentar, entrenar y estirar antes de volver a casa, ducharme e irme a socializar a las actividades extraescolares de Irene.
—Antes tenía una Varadero, pero llegó un momento en el que no podía moverla. Me operaron de las vértebras y tuve que cambiarla por una más ligera. La Yamaha.
Ese me operaron de las vértebras me es demasiado familiar. Mis dos lesiones —la protusión en la L4-L5 y la casi-hernia en la L5-S1— se despiertan y ronronean en mi espalda. Le cuento que yo también tengo la espalda tocada y me enseña la cicatriz de su última operación.
—¿Mejoraste después de operarte?—le pregunto.