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—El dinero tiene alma, por eso hay que hacer rituales para atraerlo.
Aparto la mirada del monitor del ordenador y giro la cabeza hacia ella con los ojos abiertos como puertas de garaje.
—Soy escritora. Si quieres, puedo enseñarte algunos—se ofrece.— Yo suelo acostarme encima del dinero. Lleno la cama de billetes y me los restriego por el cuerpo. El olor del dinero atrae al dinero.
No sé qué decir. Lo único que consigo articular mientras esbozo media sonrisa es:
—Yo tendría que acostarme sobre monedas de céntimo.
Ella ríe. Pobre diablo, pensará para sus adentros.
Es la madre de una alumna que se matriculó hace un par de semanas. La he visto, contando con esta, dos veces: el día que vino a inscribirla y hoy, que ha venido a borrarla.
Cuarenta y algo, labios inyectados, guapa. Tiene los ojos vivos, claros y una sonrisa abierta y pianesca.
—No soy supersticioso —le digo—pero me parecen divertidos los hábitos que tenéis los que sí lo sois. Podría estar horas llevándote la contraria.
Ella vuelve a reír, se hace tarde, su hija espera y termina con una sentencia incontestable:
—Una vez aprendí que no hay que tratar de convencer a nadie más que a ti misma.
Ese mismo día, horas más tarde, hablaba con uno de mis compañeros. Me decía que no entendía por qué estaba trabajando ahí con el potencial que tengo. Que tiene clientes millonarios con treinta que ahora se dedican a vivir de rentas después de montar empresas y trabajar de sol a sol durante años.
La gente sigue sin entender mi punto de vista: no quiero más responsabilidades, no quiero más dinero, no quiero equipos de trabajo a mi cargo ni montar empresas. Lo que quiero y lo único que me importa es tener tiempo libre para dedicarme a hacer las cosas que me gustan y el dinero suficiente para vivir cómodamente pero sin lujos.
Conformista. Ya hablé de esto:
No necesito lujos, no quiero coches ni casas ni joyas ni relojes ni cenar en restaurantes con estrella. Quiero tiempo para mí, para mi familia, para pasear, leer, viajar donde se pueda con lo que haya, sin presiones. El teléfono apagado. Para mí, eso es la buena vida.
Que sí, que ojalá me toque la lotería y pueda dedicar mi dinero a generar más tiempo pero, mientras eso ocurre: de verdad, que nadie se preocupe, que estoy feliz donde estoy aunque socialmente sea visto como un escalón inferior.
La audiencia de las televisiones se desploma, con Mediaset como estandarte.