—¿Es tuya la BMW eléctrica que hay aparcada arriba?
Lo miro extrañado.
No lo conozco de nada y acaba de entrar en mi oficina visiblemente alterado preguntando por mi moto.
—Sí—respondo con cara de interrogación.
—Pues te la han tirado al suelo.
Boom. En mi cara.
Me levanto de la silla como un resorte, como si hubiera pulsado el botón de eyección de un caza F-18, como si tuviera una almorrana del tamaño de un melocotón.
—¿Has visto quién ha sido?—alcanzo a preguntar.
—No, pero no parece que haya duda.
Subo corriendo las escaleras que separan mi oficina del parking junto a ese ciudadano anónimo que ha conseguido averiguar que el dueño del vehículo era yo. Un héroe de este tiempo.
Y esto es lo que veo: