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Son las 7 de la mañana del sábado y no puedo dormir. Me revuelvo inquieto en la cama y el nerviosismo me genera calor. Me destapo, me giro, me acurruco en posición fetal para tratar de invocar al sueño y que venga, me arrope y me lleve al otro barrio al menos durante una hora más, pero la respiración agitada de la vigilia me impide atravesar la barrera de los vivos conscientes.
Es entonces cuando decido levantarme y aprovechar el tiempo de otra forma.
Es sábado y son las 7 de mañana.