Buenos días, es lunes.
Esta semana tengo la cita en el hospital para que me pongan el holter de tensión, un aparato que medirá durante 24 horas mi tensión arterial y será capaz de dictaminar si soy o no hipertenso.
No os quiero hacer spoiler, pero el hecho de llevar puesto un cacharro en el brazo que se hincha cada treinta minutos hará que mi tensión suba de forma natural a causa del estrés que me provocan las pruebas médicas.
Hay gente que entra al hospital como si entrara a una librería a hojear las páginas de un libro en exposición, con su corazón latiendo a 60 lpm y su respiración pausada y tranquila.
A mí eso no me ocurre, ya sea por mi hipocondría o por el síndrome de la bata blanca. Yo entro a un hospital o a una consulta médica y me entra diarrea hasta los tobillos, taquicardia, se me afloja la vejiga, pierdo fuerza en las piernas, bizqueo, el cortisol arrecia como un tsunami en mi torrente sanguíneo, se me enfrían las manos y los pies y, lo peor de todo, no puedo parar de hacer chistes malos como si los chistes malos fueran el remedio contra la enfermedad.
El problema es que tengo casi 42 años y se da por hecho que soy una persona adulta capaz de lidiar con todo esto porque, total, sólo van a ponerme un aparato para controlar mi tensión y si sale alta me darán pastillas para toda la vida. Que tampoco es para tanto ser hipertenso aunque eso pueda provocarme derrames cerebrales, paros cardíacos y no sé cuántos eventos traumáticos más que podrían, en casos extremos, dejarme postrado en una cama sorbiendo la vida desde una pajita.
Buenas tardes, es martes.
Mientras escribo esto suena un pitido y comienza a hincharse el tensiómetro que la enfermera ha colocado hace poco más de dos horas en mi brazo izquierdo. Dicho tensiómetro va unido a un cable y éste último a una batería que cuelga de mi cintura como un walkie-talkie. Las instrucciones han sido pocas y claras:
No te puedes duchar. No te lo puedes quitar. Cuando suene el aviso, deja de hacer lo que estés haciendo, estira el brazo y no hables excepto si vas conduciendo.
Y ahí estaba yo, en una miniconsulta de 2mx2m, sin camiseta, con mascarilla y con una enfermera haciendo círculos a mi alrededor mientras instalaba el nuevo accesorio de salud en mi cuerpo.
Termina y le da al botón.
—¿Qué tal ha salido la primera medición?—le pregunto.
—Muy bien, 12,5/7.—responde.
—¿Y las pulsaciones?—contraataco.
—130.
Buenos días, es miércoles.
Ya sé cómo funciona exactamente la programación del holter : a las 23h deja de emitir los pitidos de inicio/fin de la medición y pasa a realizar una medición cada hora en lugar de cada treinta minutos. A las 7 de la mañana se reanuda el ciclo de día y vuelven los pitidos y las mediciones cada treinta minutos.
Ha sido una noche extraña, con un cable que se enredaba en mi espalda y una mano invisible que oprimía mi brazo y me sacaba del sueño en el que estuviera navegando, estirando hasta extraer la raíz. Para mí y mi sueño es imposible ignorar el ruido y la presión y continuar durmiendo como una marmota. .
No obstante, me lo imaginaba peor.
Como contra, diré que me he enganchado un par de veces con el cable en los pomos de las puertas y que he estado cerca de romper el cacharro.
Como pro, mi hija ha dicho ‘—Papá, no quiero que pase nada’. No le gusta ver que a su padre le cuelgan cables por la espalda. <3
A las 16h he llegado de nuevo a la consulta de enfermería para que me retiraran el holter y quince minutos más tarde ha hecho su aparición el doctor Víctor Vallejo —enjuto, joven, pelirrojo y con gafas redondas— que me ha invitado a pasar a su consulta para recitar los datos guardados por la máquina:
—Está todo perfecto—ha dicho. Y me ha extendido un folio con las gráficas.
Pues ya estaría.
Así termina esta bonita historia, la de una persona que creía tener la tensión alta y que ya había hecho hueco en su cajón de medicinas para albergar un nuevo invitado, un nuevo blíster repleto de pastillas bajatensiones contraderrames y anticardiopatías; una persona que come sin sal, que limita el café, que evita los azúcares y que, sin embargo, sufre en silencio los tropiezos de sus pensamientos.
Al final todo normal: todo cabeza, todo ansiedades.
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felicidades por que haya ido todo bien 😹
Me alegro