A veces le tengo manía a mi propia hija.
Tiene siete años y respuestas de catorce.
Me muerdo la lengua, le lanzo miradas reprobatorias y trato de explicarle por vez número novecientos cuarenta y tres que no puede mentirle a sus padres, a nosotros, que tarde o temprano nos vamos a enterar, que nadie quiere a una persona mentirosa a su lado y que no necesita mentir para hacerse la guay porque ya es guay.
¿Lo entiendes? —le pregunto.
Sí—responde con la cabeza gacha y el gesto contrito1.
Pero no debe entenderlo demasiado bien porque su comportamiento se repite; reincide contando mentiras de mierda, cosas absurdas que no llevan a ninguna parte; eventos en los que ella o sus amigas (siendo ella también sus amigas) ha hecho tal o cual cosa divertida, peligrosa o estúpida.
Y somos sus padres. Tenemos el sexto sentido agudizado para detectar cambios en la frecuencia respiratoria de nuestra hija, en la dilatación de sus pupilas o en un leve quiebro de su voz que la desvía del camino. Asoma pata la mentira y estiramos de ella hasta que alumbra como un tubérculo de raíces colgando.
Y no veas cómo se pone la chica defendiendo su verdad hasta que es más que evidente que su silla tiene tres patas y con la siguiente que derribemos se va al suelo.
Es buena defendiendo, va para abogada.
Pero una abogada de siete años poco tiene que hacer contra el putísimo fiscal del distrito (que soy yo). Me enciendo como una cerilla, como la cabeza de un Gusiluz™ y monto en cólera .
—¡Te quedas sin ver la tele!; ¡Vas a comer fruta de postre hasta que me salga de los huevos!; ¡Te vas a jugar con tus juguetes!: ¡Ponte a leer!
Castigos, sin duda, ejemplares acompañados de improperios varios que ella acepta y apunta —los improperios— en una pizarra imantada que cuelga de nuestra nevera.
—Papá está endadado y no me habla—le dice a Paula.
Porque ella es la poli buena de todo esto. La comprensiva, la abrazadora, la enjugadora de lágrimas profesional. La madre. Y sin ella todo sería gris y húmedo porque puedo estar varios días sin dirigir la palabra a mi hija, notando cómo crece el moho en nuestra relación hasta que me decido a arrancarlo de cuajo, asumir que tiene siete años y recuperar el tiempo perdido agobiándola hasta que dice basta.
Me pregunto qué estamos haciendo mal. Busco en las neuronas de mi cabeza posibles causas de su comportamiento y hago autocrítica, pidiendo perdón y explicándole mi parte del proceso.
Pero me mata la repetición.
El volver a empezar. El detectar con el sexto sentido que lo que me está contando vuelve a ser mentira. Y que ya no queda fruta y que a lo de ver o no la tele me da igual—dice.
1. f. Arrepentimiento de una culpa cometida.
056
Anda que no te queda nada, haz un "OMMMMMM" y resetea. Desde que puse una red mesh en casa cuando quiero que algún hijo me haga caso le bloqueo el wifi y en 3,2,1 ya se oye el grito y vienen corriendo a mí... (no sé si te vale como castigo)
PD: como se entere Julio Basulto que la castigas "a fruta" la vas a liar
Podrías probar a darle su propia medicina... 😁