058
Andreu tiene diecinueve años. Biológicos.
En julio, cuando se cumplían dos desde su nacimiento, sus padres notaron que algo no funcionaba como en el resto de los bebés. A ese algo lo diagnosticaron como autismo.
El martes por la mañana una de nuestras clientas se acercó a la oficina para hablar conmigo.
—Quería comentarte una cosa.—me dice— Ayer tuvimos que marcharnos porque mi nieto pasó mucho miedo por culpa de un niño que no paraba de agobiarlo y de perseguirlo.
Al principio tuerzo el gesto: no entiendo cómo estando ella no pudo atajar la situación ya fuera hablando con los padres del niño o poniendo orden ella misma. Continúa hablando y entonces lo comprendo.
Andreu pasó de rehuir el contacto físico a buscarlo. Andreu ama escuchar el corazón de las personas y posa su cabeza contra tu espalda para sentir tu latido, te abraza por detrás y establece conexión.
—Porque estaba yo, pero a saber qué podría hacerles a otros niños. A mi nieto no dejó de intentar abrazarlo y mi pobre nieto sólo hacía que salir corriendo.—sentencia la mujer.
—No os preocupéis: Andreu es inofensivo. Si os sentís incómodos, decídmelo y buscamos la mejor solución. Como sabrás, Andreu es autista y su forma de relacionarse es muy distinta a la de un niño sin autismo. Sé que puede resultar chocante, pero la integración es lo que ha hecho de él una persona más independiente y sociable. Quizá sería interesante hablar con tu nieto y explicarle que somos diferentes, que hay otras realidades y que aceptarlas implicar deshacer algunos nudos de nuestras creencias sobre ciertas cosas o comportamientos. —le digo.
—¿Pero entonces va a seguir viniendo solo? Porque debería estar siempre acompañado de sus padres.
Unos días más tarde, conseguimos hablar con sus padres y explicarles la situación. Desde entonces, Andreu ya no te abraza por detrás para escuchar tu corazón.